Macabi con mosca

Por : Nassim Joaquin

Al romper el alba ya estábamos en la laguna de aguas saladas, caña de mosca en mano parado desde la proa del bote listo para lanzar escudriñaba el horizonte con la ayuda de mi guía de pesca. El cual, desde la popa impulsaba lentamente el bote con una palanca de madera como un gondolero yucateco por las aguas bajas y cristalinas del Caribe Mexicano. La bonanza parecía perpetua bajo ese caluroso sol de mayo. Pescábamos ese pez de nombre maya llamado: Macabi (Albula Vulpes), el famoso “Bonefish” en los Estados Unidos, tan abundante en el sur de México y tan ignorado por los pescadores deportivos mexicanos.

Gaspar Chulim, mi guía de pesca de ascendencia maya anunciaba la presencia de una escuela de macabi a escasos 50 metros del bote: “Están cerca del mangle, son más de cinco, y están coleando”. Podía verlos activos mientras se empinaban resoplando en el arenoso lecho marino buscando algún crustáceo que llevarse a la boca, mostrando sus plateadas colas que agitaban por dentro y fuera del agua. La adrenalina corría y el tiempo se detenía. Gaspar me acercaba sigilosamente a mi objetivo palanqueando el bote, mientras calladamente aconsejaba: “Con cuidado, toma tu tiempo lanza con precisión, no los vayas a espantar que son más nerviosos que un gato en una perrera”.

Como sombras submarinas aparecían y desaparecían intermitentemente aprovechándose de su condición mimética, cual espejo. No por nada se le conoce como el pez fantasma de las aguas bajas; dueños de un ilusionismo marino que los hace visibles e invisibles.

Se presento la oportunidad. Me prepare a lanzar sin perderlos de vista, un lance hacía atrás y otro adelante, uno más atrás y proyecte mi mosca a un metro enfrente del primer pez cuidando de que solamente mi leader y mosca se le acercaran. El macabi sacudía su plateada cola por dentro y fuera del agua, entonces levanto la mirada del lecho marino y vio descender la mosca tipo Crazy Charlie verde olivo pensando reconocer a un camarón en esta, la embistió. Le impartí dos o tres jalones a la misma y la deje caer, el macabi la comió al descender. “¡Ya lo tienes!” grito Gaspar y el resto de la escuela estallo en estampida. La línea paso de mis manos al carrete en micro-segundos, y del carrete salía a gran velocidad perdiéndose con el pez, el macabi escapaba despavorido con el terror en las escamas y la mosca clavada en su suave boca mientras la línea de mosca zigzagueaba violentamente cortando el agua a una velocidad sorprendente.

“¡Ay, ay, ay...Que velocidad...Creo que quiere llegar a Cuba!” exclame. La caña se estremecía y el carrete cantaba revolviéndose vertiginosamente, imposible detenerlo. La línea de mosca con unos 30 metros más de backing habían salido del carrete y el macabi no mostraba indicios de cansancio. “¿Cuándo va a parar?” ingenuamente pregunte sosteniendo la caña.“Hasta que quiera” respondió Gaspar, el macabi realizo un par de carreras más, de menor distancia pero de igual intensidad, y gradualmente se detuvo. Lentamente lo acerque al bote, Gaspar lo tomo en sus manos y removió el anzuelo sin barba liberándolo ileso.

“Es increíble el poder y resistencia de un pez que es relativamente pequeño, y es que tiene ¡Menos de dos kilos!” comente realmente sorprendido.

Así es el macabi, que parece haber nacido para ser pescado con mosca. Sus cualidades miméticas, su constante cautela, la forma en que se empina con su aleta por fuera del agua coleando al alimentarse, su poder, velocidad y su enorme resistencia para pelear hasta el cansancio. Lo hacen kilo por kilo, uno de los más grandes retos con la caña de mosca.

Al final con el agua cristalina hasta las pantorrillas, Gaspar mi guía, esbozaba una enorme sonrisa. “¡Bien hecho, así se hace!”. Me extendió su pequeña mano húmeda y con un fuerte apretón de manos me dijo: “¿Qué pasó , vamos por más?”


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